38 viviendas en el Alto del Cantal, Mojácar
Hacía años que no visitábamos la ETSAM, Andrés Cánovas nos hizo volver. Probablemente si esta entrevista se la hubiéramos hecho a Nicolás Maruri o a Atxu Amann las respuestas habrían sido diferentes, pero es el punto de vista de Andrés lo que recogemos en esta “primera vez”.
Este dossier contiene, además de la entrevista completa, fotografías, memoria y planos del proyecto.
¿Cuál fue tu primera vez?
Nuestro primer proyecto construido fueron 38 viviendas en Mojácar, Almería. Debe hacer ya 25 años. Fue muy especial por cosas muy divertidas. Firmamos el proyecto en un puticlub, un sitio que había en la carretera de Castilla, nos citaron allí y mientras que el promotor sobaba a una señora, firmaba los planos.
Durante el proceso de obra, ese mismo señor, que tenía cuatro amantes, nos acompañaba siempre a las vistas. Todas las semanas íbamos un día a Mojácar, y cada vez iba con una señora distinta. Para nosotros, que acabábamos de terminar la carrera era algo tremendo.
Y por eso fue muy especial, no porque tuviésemos una ilusión desmedida, que quizás la teníamos pero yo no lo recuerdo, sino por toda esa especie de grasa que rodeó al proyecto, la mezquindad de la sociedad en ese momento, de una ciudad que prácticamente acababa de salir de la dictadura, que tenía todavía todas esas estructuras de poder y corrupción.
Me acuerdo perfectamente de la primera visita al Concejal de Urbanismo del Ayuntamiento de Mojácar. Tuvimos un problema y el constructor lo solucionó con un talón. Por eso le tengo especial aprecio a mi primera vez, por ninguna cosa más, lo recuerdo como una sucesión de anécdotas mezquinas, una inmersión en la más cruda realidad. Esas cosas al final te dan con el tiempo la medida de lo que era la profesión y lo que era la industria en España, algo realmente sorprendente.
¿A qué edad?
A la edad de 28 años.
¿Con quién?
Hemos trabajado los tres siempre, desde el minuto cero. Ha sido una cosa natural, hemos trabajado siempre juntos y nos ha ido bien.
¿Cómo conseguísteis el encargo?
Al primer contrato se llega siempre por un camino, o es para tu familia, o es para alguien conocido. Mi padre conocía al aparejador y éste pensó que unos arquitectos jóvenes eran fácilmente manipulables. Era un tipo con cierta experiencia pero al final el tipo de obra que salió no era la que él hubiera deseado estrictamente, aunque funcionó bien porque se vendió todo. El constructor quedó contento porque hizo su negocio y nosotros quedamos contentos porque hicimos lo que nos interesaba en ese momento.
¿Cómo fue y cuanto duró la obra?
Fue una inmersión en el mundo real de la construcción sureña. Duró casi tres años. Como al promotor le importaba todo un pimiento nos dejó hacer lo que quisimos, incluso cambiamos tres veces de constructora.
¿Cómo te sentiste?
Estupendamente, empezamos a ser poco manejables.
Afrontamos la obra con absoluta seguridad porque nosotros estábamos educados en que “el arquitecto es Dios”. Tu desconocimiento te llevaba a ser Dios. Ibas a la obra y dabas unas órdenes tremendas. Ahora pienso aquellas cosas y me da pavor. El conocimiento a mí me otorga inseguridad y el desconocimiento seguridad. Había albañiles de 60 años con unos dedos gordos de poner ladrillos, que sabían cómo se ponía el ladrillo, tú no. Pensar que un señor de 60 años no sabe cómo se hacen las cosas…
Estábamos muy mal educados, nos decían que lo primero que tienes que hacer es llegar y tirar un muro o tirar la estructura para que sepan quién manda. Estábamos en una sociedad absolutamente jerarquizada. Yo llegué a la ETSAM el año que murió Franco, la escuela era una escuela piramidal con una buena cantidad de fascistas y lo llevaban en la sangre. Lo que transmitían era eso de “el arquitecto es Dios”. Había una profesor de una ingeniería que el primer día siempre ponía en la pizarra: abajo los hombres y arriba Dios, y entre Dios y los hombres, los ingenieros.
Cada persona es el reflejo de la educación que ha recibido y tu construcción es liberarte de esa educación. Una sociedad como ésta es más dialogante, más participativa, en la que tus ideas tienen que estar constantemente puestas en valor, en la que frente al arquitecto o los grupos pequeños empiezan a aparecer los colectivos, con un modo de organización distinto, con unas relaciones entre los arquitectos distintas, con un modo de relacionarse también radicalmente distinto frente a la sociedad. Todo esto te sitúa de una manera radicalmente diferente a la de aquellos años 80, en la que la figura del arquitecto era otra, pero era otra por educación, no por otra cosa.
Con el tiempo yo soy mucho más inseguro porque hablo de la complejidad y porque creo que el verdadero mecanismo de trabajo es la inseguridad. Es no saber a lo que te enfrentas, construir cosas nuevas ante el desconocimiento que tienes de la materia, no justo lo contrario.
Yo lo último que quiero ser es un profesional, quiero ser un amateur siempre, no saber nada, que todo sea nuevo, que todo sea maravilloso, y aplicar la experiencia a que no haya goteras y a que las cosas no se caigan, fundamentalmente porque si no vas a la cárcel. Ese es el problema de las primeras obras, que estás demasiado seguro de las cosas y eso se nota.
¿Qué consideras que es lo mejor de aquel proyecto?
Lo mejor es que existió, la inmersión en la realidad. Hay determinados proyectos que te hacen crecer mucho en el conocimiento de tu propio oficio o de una disciplina, porque hay muchas maneras de enfrentarse a ella.
Hay muchas maneras de ser arquitecto, al igual que hay muchas maneras de ser médico o de ser corista. Hay arquitectos que se dedican a enriquecerse y es una manera de ser arquitecto, no sé si mejor o peor, hay ciertos arquitectos que lo desprecian, pero existe. Y hay otra manera de hacer aquello que tú crees que tienes que hacer, con esa cosa de los vapores de la ética, la imbecilidad esa de los arquitectos místicos, pues es otra manera de ser arquitecto, ser arquitecto místico.
Esta obra nos enseñó que existen muchas posibilidades y tú eliges lo que quieres ser, sin ser mejor que el que elige hacer 2.000 chalets adosados, sin ser peor tampoco. Eso lo aprendimos muy rápido, pudimos elegir. Yo no quiero hacer ese tipo de proyectos, prefiero hacer menos y hacerlo mejor, porque tengo más vanidad o porque no quiero tratar con este tipo de clientes. No sé muy bien la razón, pero creo que eso al final te construye. Si eso te construye eres mejor, si no te construye y al final acabas siendo el mismo y haciendo las mismas cosas pase lo que pase, yo creo que eres muy malo, y eso lo digo por arquitectos famosos y no famosos. Es mejor cambiar porque las cosas te han construido. Es bueno que te digan cuánto has cambiado.
Aparte de eso la obra no salió mal, quedamos bastante contentos. Una obra limpia que tenía dos o tres cosas, un tipo interesante que se repetía, unas casitas como turísticas pero que no estaban mal, una condición de espacio público interesante y que se conservan bien.
¿Y lo peor?
Lo peor que fue durísimo, estaba lejísimos y no había aviones. Para unas miserables viviendas fue una experiencia totalmente terrorífica, como para cortarse las venas.
Entonces las carreteras eran otra cosa y salíamos de Madrid a las seis de la mañana y llegamos a las cuatro de la mañana del día siguiente conduciendo, para una visita de obra de tres horas. Hicimos algo que nos interesó, que creo que está bien, pero fue muy cansado y por muy poco dinero.
¿Has vuelto a visitar la obra?
Nunca he vuelto pero si me han mandado muchas fotos amigos y se conserva bien. Corrales me decía, Andrés cuando acabes una obra fotografíala y no vuelvas nunca. Vivo en una casa que he construido yo, diez adosados, y vuelvo todas las noches y todos los mediodías y no pasa nada.
La gente asume las viviendas, envejecen como envejeces tú, las cambian, las repintan… bueno, pues como si quieres ponerte tetas, serías distinto pero no perderías tu carácter. Yo no entiendo la arquitectura como un objeto inamovible.
No he ido nunca porque pilla lejos, a trasmano, y Mojácar no es la playa en la que yo iría a bañarme. Las viviendas están en lo alto de un monte y es complicado subir. Más por problemas de desplazamiento que por falta de motivación.