Casa con invernadero en Lomahermosa.

Quedamos con Javier García-Solera Vera aprovechando un viaje a Madrid. Fue una tarde en la que aprendimos mucho de los oficios, de la forma de hacer arquitectura en otra época. Nos presentó un proyecto que evoluciona desde una idea inicial gestada por un recién titulado hasta lo que la casa quería ser. Una lección sobre saber adaptarse.

¿Siempre quiso ser arquitecto?
Los inicios uno no sabe muy bien donde están, pero los de muchos de nosotros están ahí, en nuestros padres. Padres arquitectos, hijos arquitectos. De hecho me he encontrado con muchos colegas que se han identificado con un texto que escribí sobre ello hace tiempo, sobre todo arquitectos de mi edad.

Este dossier contiene, además de la entrevista ampliada, fotos, planos y memoria de la obra.

En la comunidad valenciana existe el premio Mestre Valenciá d´Arquitectura a un arquitecto por su trayectoria profesional. En el año 1996 se lo concedieron a mi padre y me pidieron que escribiera un texto. Para mí fue muy complicado escribirlo, hasta ese momento otros hijos de premiados lo habían hecho sobre sus padres ya fallecidos, pero no es lo mismo escribir un texto para tu padre muerto que cuando está vivo y lo va a leer. Yo no me iba a poner a escribir sobre si tenía que ver con el racionalismo mediterráneo de Coderch… si escribía algo tenía que ser de otro tipo y al final salió ese texto, que todavía me da pudor cuando lo pienso porque es muy personal y en parte cuenta lo que venimos a hablar hoy aquí: los inicios.

Es una forma de aprendizaje muy habitual entre los arquitectos, la del padre / tío arquitecto o aparejador, y mucha frecuencia de trato con él de pequeños. Los estudios de antes no eran como los de ahora, eran mucho más artesanales, se trabajaba con las manos, con las plumas, con las tintas y eso era mucho más sorprendente para un niño que los estudios de ahora que son más de máquinas y de pantallas.

¿Cuál fue su primera vez?
Una casa para mi hermano. Una experiencia de iniciación en muchos aspectos porque la forma que tiene la gente de enfrentarse al trabajo los define en la vida y porque hay muchas cosas implicadas en este trabajo que tienen que ver con las relaciones con la gente. Para mi fue una experiencia magnifica en muchos terrenos, no solo en el de la arquitectura.

¿Cuantos años tenía?
Yo tenía entonces 28 años.

¿Qué aprendió de esa experiencia?
Realmente no es la primera casa, hice un primer proyecto que finalmente resultó ser demasiado grande, demasiado costoso y tuve que revisarlo y hacer un proyecto nuevo. Se trataba de hacer una casa pequeña, ajustada.

Al revés de lo que sería la búsqueda normal de una parcela, él quería una parcela que no tuviera nada, ni un árbol. Es Agrónomo y quería una casa para “vivir bajo los árboles”, tanto es así que ahora es imposible hacer una foto de la casa porque no la ves. Le gustan mucho los árboles tropicales, tiene viveros de palmeras de todo el mundo y le gusta mucho la flora tropical. Quería árboles grandes, típicos de estos lugares, que dejan un espacio de sombra debajo y yo, sin embargo, quería hacer una casa de dos plantas.

Acababa de terminar la carrera y quería hacer una casa con escalera, una casa “de arquitecto”, con dos plantas, con sección, con todas esas cosas que cuando eres muy joven piensas que deben ser así. Mi hermano no sabía cómo sería la casa pero sabía cómo quería vivir en ella, ese es el cliente perfecto, pero quería una casa de una planta. Años después, conforme yo me he hecho más arquitecto y él ha vivido en ella he llegado a la conclusión de que una casa en una planta es una maravilla y él, sin embargo, como vive no bajo los árboles, sino asfixiado por ellos, necesita subir.

Cuando llegó el momento de hacer la ampliación yo quería ampliar la casa en una planta y él, ahora, la quería en dos. La casa no estaba prevista para eso, hicimos un proyecto que tiene unos diez años pero que al final no se ha llegado a construir. Tuvimos que hacer una actuación extremadamente ligera para que no pesara nada y se pudiera apoyar sin hacer daño encima de la otra casa, independientemente de dónde estuvieran los pilares. Fue un trabajo muy bonito que me costó mucho esfuerzo hacer.

Mi hermano tenía mucha ilusión en que la casa girara en torno a un invernadero. Buscamos una parcela en la que no hubiera nada pero cuantas menos cosas en la parcela menos cosas tienes tú para empezar. Es más fácil empezar contra algo o a favor de algo. Y si encima la casa tiene una planta tampoco puedes subir a buscar vistas y estás más perdido todavía. El invernadero fue el punto donde agarrarme.

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En la primera opción estaba más preso, en una situación de centro, las cosas pasaban alrededor. Pero al hacer la revisión del proyecto las cosas ya no envuelven al invernadero como antes sino que el invernadero se coloca de forma que tiene presencia siempre sin ser tan central. Normalmente una casa con invernadero es como lo que conocemos por las películas de Hitchcock o Humphrey Bogart, esas que llegan a ver al padre de la chica (que sospechan que ha matado el mayordomo) y está en el invernadero, fuera, al fondo del jardín. Si nos gusta la literatura, nos gusta el cine, normalmente cuando nos encargan una casa con invernadero lo que nos apetece es hacer el invernadero al fondo del jardín. Pero si tu hermano te dice que va a pasar horas en él pero quiere estar dentro de casa, entonces el invernadero no puede estar descolgado de ella. La parcela con un arbolado estupendo que yo quería buscar no valía; la casa de dos plantas que yo quería para que tuviese una escalera magnífica no podía ser; y ahora, el invernadero, tampoco podía estar al fondo del jardín como en las novelas. Y a raíz de ahí empezó la idea de que el invernadero organizara y estructurara la casa.

Al revisar el primer proyecto y volver a empezar para reducirlo me entró una obsesión absoluta, que después ha sido mi forma de trabajar, por la métrica, por ajustar la casa al milímetro. El primer proyecto que planteé tenía 240 metros y finalmente la casa tiene 140. Llegar a la dimensión mínima sin haber construido nada antes es muy difícil, no sabes si un metro va a ser suficiente o si es mejor un metro diez, si puedes reducir los 3.20 a 3.10 en algún lado… Iba con el metro a todas partes y de hecho he seguido así durante años, he estado 25 años midiendo por el mundo.

Aprendí que en los proyectos de arquitectura la arquitectura es y debe ser como quiere ser, por eso una arquitectura que no está construida aún no es una arquitectura completa. Los arquitectos hemos aprendido mucho de estudiar obras que no se han llegado a construir pero probablemente esas obras si se hubieran realizado serían diferentes y hubiéramos aprendido muchas otras cosas más.

La casa se hizo con tres albañiles, Juan Antonio, Jesús y Manuel. Yo iba todos los días, no tenía otra cosa que hacer, y ellos hicieron la cimentación, la estructura, los forjados, los encofrados enteros (con tablones y tablas). Era un método de trabajo completamente diferente, siempre bromeo con que el casco “homologado” de entonces era ese pañuelo atado con los cuatro nudos. Llevamos al solar solamente grava, arena, cemento y una pequeña hormigonera; y con eso se hizo todo. La dosificación la hacíamos a palas. Fue una experiencia. Eran artesanos y tenían un oficio muy amplio. Albañiles que hacían todo. Aprendí con ellos el valor que tiene la experiencia. Me enseñaron a medir; cómo se levanta un tabique; a nivelar con una cuerda; a dibujar en el suelo; a hacer un hormigón; a amasar un cemento; todo lo hacíamos allí y yo estaba allí todos los días. No tenía nada más que hacer y no había nada que me fascinara más que estar allí con aquella gente.

Mi padre solo hizo una visita a esta casa. Íbamos a hormigonar cimentación y me dijo: cuando tengáis todo preparado llámame que quiero ver el suelo. Tuvo un problema muy grande en una obra cerca de allí, un complejo que hizo en los años 60 y 10 después el edificio, de repente una noche, asentó unos 10 cm y se reviró y se rajó entero. Yo tendría unos 13 años y fui con el. Recuerdo que de una vivienda a la otra podías pasar el brazo por las grietas, un tema para asustarse mucho y más en aquella época. Resulto ser por un tipo de suelo, los limos colapsables, que ahora se conocen muy bien y están estudiados pero entonces no era así. Nunca fue paternalista ni estuvo encima de mi trabajo, pero si quería ver el suelo. Me acordaré siempre, estaban todas las zanjas abiertas y mi padre llego a la obra, se asomó a ellas y se puso blanco. Tuvimos que cambiar la estructura de la casa sobre la marcha, nos encontramos con un suelo que no era exactamente el mismo que el de aquel complejo accidentado pero que participaba de algunas de las condiciones y entonces interesó eliminar algunos pilares, algunos elementos de estructura y hacer una estructura un poco más forzada, que apoyara con más fuerza, que pesara más. Un suelo como aquel, mientras esté inalterado es perfecto, muy resistente, pero si cambian las condiciones de humedad las arcillas expansivas se expanden y los limos colapsables se hunden. En nuestro caso teníamos una capa de limos y un poco más abajo las arcillas. ¿Qué tienes que hacer tú si quieres que un suelo que se vea alterado por unas lluvias fuertes o por una situación del subsuelo quiere empujar para arriba? : pisar con mas fuerza.

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Si una casa apoya sobre tres patas repartes el peso en tres puntos si la tienes en diez patas repartes sobre diez y transmites menos, cuantas menos patas mas fuerza y mas peso. Eso es lo que hicimos nosotros, quitamos líneas de pilares y redujimos los puntos de apoyo. Suprimimos una línea de pilares que se escondía en los armarios centrales y fuimos a una sola luz. Si la arcilla tiene una capacidad de empujar de 2kg hacia arriba nosotros la pisaríamos con 2.5. Esa necesidad de pesos concentrados nos hizo renunciar a los muros de carga perimetrales, teníamos que ir a pilares para apoyar en pocos puntos mucho. Por esa razón el hormigón de cerramiento lo hicimos como elementos in situ no estructurales. Es un cerramiento pesado y, por tanto, favorable, empiezan a aparecer decisiones que eran favorables para muchas cosas, y eso en arquitectura siempre es bueno. Si un muro de hormigón va a recibir con mucha más facilidad que uno de ladrillo y mortero la agresión de las trepadoras y la vegetación, la humedad y el riego, y además pesa más es una solución muy favorable y por eso fuimos a ella.

Una de las cosas que más me gustó y me sigue gustando de esta vivienda es que una pieza, que es en principio la más débil, porque es acristalada, puede convertirse en el corazón de la vivienda y articular y organizar todo el conjunto. La disposición que obtuvimos permite que entre la sala de estar, la zona de comer, la cocina, el vestíbulo de acceso y la zona de estudio, no haya ninguna puerta. Puedes establecer una planta toda abierta porque la pieza invernadero es tan ancha y gruesa y tiene además dentro tanto verde que tanto a nivel visual como acústicamente articula suficientemente la planta como para no necesitar más. Por otro lado, tienes unas transparencias diagonales bonitas que te permiten que la casa se pueda vivir con mucha longitud visual pero sin embargo con piezas muy acogedoras de una métrica muy precisa y muy próximas entre sí. Las diagonales son interesantes y el invernadero asoma un poco fuera de manera que la zona del porche se convierte en una zona más de la casa también en torno a él.

Otro tema para mí muy importante fue la cuestión de la sección. Salíamos en aquel momento de la escuela, todavía muy confiados en la cualidad de lo moderno, y muy convencidos de que la sección es el dibujo importante del proyecto. (Yo sigo defendiendo que la planta y sección son las que construyen la arquitectura, sin ninguna duda). Cuando sales de la escuela y te encargan una casa, quieres hacer una casa de dos plantas porque tiene vistas al mar y a las montañas y además te va a permitir tener una riqueza “entre comillas” espacial que una casa de una planta no te va a dar. Yo estaba completamente convencido (y por tanto equivocado) de que era así. Pero mi hermano –ya lo hemos dicho– quería una sola planta. Trabajar en una planta en sección única me llevó a intentar matizar mucho la sección, es decir, a salirme de la rutina de pensamiento que sería que una sección rica se consigue con un doble espacio o una doble altura o una escalera que comunica un nivel con otro y empezar a ver que una planta puede tener su riqueza en sus relaciones visuales y que tiene también sección vertical. Ahí empezó la elaboración de los rodapiés y rodatechos, resaltados o rehundidos, altos o bajos, del mismo material que el suelo, del mismo material que la pared o de un tercer material… Son cosas de las que sabía mucho Loos y al final matizan mucho la calidad y la cualidad de una estancia.

Esta experiencia primera, me acercó a la forma de trabajar de estas gentes que pertenecen ya a otra época en la que se trabajaba mucho más con las manos: el oficio era muy manual y muy amplio. El señor Ford ya fabricaba automóviles desde hacía ochenta años pero en la construcción en este país se trabajaba aún de esta forma. Una sola persona era capaz de hacerte la estructura, la carpintería de los encofrados, etc. Un mundo donde la mirada de un albañil era una mirada completa. Juan Antonio, al que guardo devoción y luego me llevé conmigo a dos obras más, y con quien hubiese querido hacer todas mis obras, era un hombre especial; cuando veía los planos veía la casa; yo me atrevería a decir que más que yo incluso. Esa gente no necesitaba que le hicieses ocho axonométricas y vistas, les hacia falta tan sólo, como decía Oíza, planta, sección y alzado. Decía también Oíza que, a pesar de todas las herramientas de representación de que dispongamos, a pesar de todos los dibujos que podamos hacer y todas las perspectivas que podamos trazar, nada nos da una idea más real de una arquitectura que su alzado, que es, precisamente, el único dibujo que refleja una mirada imposible. El alzado es la única representación que no vas a poder nunca tener, es una representación ideal. Pero para aquel albañil, como para cualquier ilustrado, era suficiente.

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¿Qué fue lo mejor?
Juan Antonio fue lo mejor. Me enseñó muchas cosas y una de ellas, sin lugar a dudas, fue cómo nuestro trabajo tiene tanto que ver con el trabajo de otros, con la formación de equipos, que es imposible que fructifique y que alcance un sentido de verdad en términos sustantivos si no es con la participación de muchos. Que no aprendes de la gente sino con la gente. Asumir tu posición en esa amalgama y en ese engranaje no desde el privilegio ni el protagonismo, ni tampoco desde el dominio sino desde una posición que necesita aunar tiempos y sumar voluntades. Fue extraordinario y siempre digo que el 80% de lo que soy como arquitecto, no de lo que sé sino de lo que soy, lo aprendí porque trabajé con esa persona: lo aprendí de un albañil. La ilusión por lo bien hecho, el disfrute en conseguir que las cosas sean como tienen que ser, la importancia, fundamental, de la lentitud, dedicarle a las cosas el tiempo que necesitan, irte a casa y dejar que las cosas fragüen, distanciarte y volver a tomarlas. Yo algo sabía, venía de ese mundo, pero cuando entras de verdad en esa posición y tus decisiones son relevantes te das cuenta que hay momentos de soledad y distanciamiento que son importantes y necesarios. He intentado tener siempre la obra cerca para poder estar volcado en todo, en el estudio yo también dibujo y no sacamos fuera nada más que lo que no podemos hacer: estructura (y no siempre) y cálculos de instalaciones. Desde luego las mediciones y precios los hacemos nosotros porque, como ya me dijo hace muchos años mi padre, es el documento que mejor te permite conocer a fondo y defender luego la obra.

Juan Antonio veía los planos y veía la casa. Pero no solamente esa casa que vendrán luego a fotografiar, vacía y recién estrenada; también veía la casa dentro de diez años, cuando los árboles hayan crecido, cuando las hiedras hayan trepado, cuando los niños estén por allí rompiéndolo todo, cuando suenen las voces de la familia por toda ella. Eso, que en los arquitectos es muy poco corriente, este albañil lo sabía ver. Estabas en la estructura con él y ya te hablaba de que quizá sería más agradable cuando se viviera allí que la ventana la retiramos un poco más hacia allá, hacia aquella vista, hacia aquel rincón del jardín, hacia aquel silencio o aquella luz… Eso fue lo mejor.

¿Y lo peor?
Para mí fue una experiencia vital. Todo lo contado hasta ahora, y aún evocado allí en las marcas de lápiz que persisten en el hormigón al que pasaron desde el encofrado, forma parte de mí. Me cuesta pensar en alguna cosa que pudiera ser lo peor si apenas hubo nada malo. Incluso un disgusto grande, un paño de hormigón que nos salió mal, muy diferente del resto, nos valió también para no cejar ni Juan Antonio ni yo ni los otros chicos que estaban allí trabajando en descubrir hasta el final que es lo que había ocurrido y por qué; y, así, aprender. Lo peor quizá, dicho sea con ironía, fue lo que me costó luego asumir que no siempre trabajar iba a ser así.