Cuentos para el andén.

Alejandro Moreno es arquitecto por la ETSAM. Hace más de un año comenzó un proyecto que no tiene nada que ver con la arquitectura. Comenzamos así una serie de entrevistas a arquitectos que han reconducido su carrera y se han enfrentado con éxito a una primera vez en otra disciplina. Alejandro edita la que es, en este momento, la revista literaria en español más descargada del quiosco de Apple y estrena este mes la versión para Android.

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Cuentos para el andén es una revista mensual y gratuita cuyo contenido protagonista es el relato corto, en convivencia con otros contenidos como la fotografía y el humor gráfico, inspirada en el metro de Madrid y nacida para su lectura en los trayectos del suburbano. Mediante la participación de autores consagrados, nuevas promesas, talleres literarios, librerías así como de los propios viajeros, se pretende lograr una labor de difusión cultural y promoción del relato corto como género literario.

¿Cómo empezó todo?

Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor
Samuel Beckett.

Yo hablaría más bien de la primera vez que pretendí poner en marcha decididamente un plan como arquitecto que, pensaba yo, lograría dar un giro a mi maltrecha carrera en tiempos de crisis. Al hacerlo conseguí proyectarme eficazmente a una estupenda cadena de fracasos que terminaron sin embargo, felizmente, donde me encuentro ahora: trabajando como editor. Los motivos eran bien sencillos y muy comunes hoy: no tenía trabajo ni visos de lograrlo a través de mi formación, así que tiré de aficiones.

Todo comenzó de un modo un poco atípico: estuve cursando un Máster de Urbanismo durante el que sería mi último año (aunque yo no lo sabía aún) en la empresa donde trabajaba como arquitecto, de modo que, en cuanto terminé el Máster, del que no sólo aprendí sino que además disfruté mucho, logré lo que nunca había soñado conseguir: quedarme en paro.

Es en ese momento cuando traté de desarrollarme por una vía que siempre me había interesado pero que nunca había tenido ocasión de explorar (o no me había atrevido): la docencia. Aquí vino el segundo fracaso, pues había cometido un grave pecado sin saberlo: terminar el Máster con los plazos de matrícula de doctorado ya vencidos.

Cuando me convencí de que ninguna Universidad iba a admitirme fuera de plazo, y que tendría que esperar todo un año académico si quería continuar por esa vía, fue cuando me decidí a emplear una parte de mi tiempo en algo que me llenara plenamente, en una afición que había cultivado desde hacía años, así que me apunté a un taller de escritura de relato breve. De esta manera obtendría la energía extra que empezaba a necesitar como agua de mayo, fomentando además mi afición por escribir, que ya me había traído mucha satisfacción personal tiempo atrás y algún que otro premio en poesía, pero que nunca había explorado en prosa. Aquí vino el acierto.

Este fue el punto de inflexión profesional, sin saberlo y, sinceramente también sin haber pretendido que lo fuera, pues comencé a tramar un plan junto con una compañera de taller y gran amiga de muchos años: el de escribir nuestro propio libro de relatos.

Dándole vueltas al proyecto, y con muchísima ilusión, enseguida llegamos a la conclusión de que lo que realmente queríamos no era publicar nuestra obra, sino producir la plataforma para que lo hicieran otros. Y no sólo eso, sino que dicha plataforma se moviera, como lo hacíamos nosotros, por el sitio donde más se lee en la ciudad cuando sales de casa: en el metro. El relato breve, además, era el género perfecto para disfrutar de buena literatura adaptada a plazos de tiempo breves. Nuestro plan no iba a terminar en el metro de Madrid, ese iba a ser sólo el comienzo, después llegaríamos a todos los metros del mundo. O eso íbamos a intentar. Ya teníamos lo que lo que poco a poco estábamos perdiendo en el plano profesional: un proyecto en el que creíamos y el combustible más eficiente para ponerlo en marcha: el entusiasmo. Teniendo esto, el resto ya es cuestión de horas de trabajo.

¿A qué edad?
Con 36 años.

¿Cómo te sentiste?
Como si hubiera inventado el teléfono.

¿Qué hiciste la primera vez que no volverías a hacer?
Mantener los primeros meses la idea en estricto secreto, en la absurda idea de que cualquiera es sospechoso de querer copiártela. De haberlo evitado hubiéramos descubierto antes que no habíamos inventado el teléfono ni mucho menos, y hubiéramos sabido antes que eso no era lo importante.

Ya existía un proyecto muy semejante desde hacía años en Andalucía que nosotros no conocíamos: “Relatos para leer en el autobús”, con cuyos creadores nos pusimos en seguida en contacto y de los que aprendimos mucho.

¿Qué consideras que es lo mejor de este proyecto?
Abrirse a otras disciplinas. Puedes encontrar actividades que te gusten más, o sencillamente más actividades que te gusten.

Puedes leer los 13 primeros números de Cuentos para el Andén en pdf o bajarte la aplicación gratuita para Apple o Android. El número 14 saldrá en el mes de Marzo.