Ayuntamiento de Madarcos
Carmen Martínez Arroyo y Rodrigo Pemjean saben contar las cosas con sencillez y hacer que te sientas a gusto. Ambos son profesores de proyectos en la ETSAM además de grandes arquitectos. Nos invitaron a su estudio y casi sin darnos cuenta pasamos más de dos horas charlando. Quedó pendiente una cerveza, volveremos.
Este dossier contine, además de la entrevista, fotografías, planos y croquis de la obra.
¿Cúal fue vuestra primera vez?
La primera vez fue el Ayuntamiento de Madarcos.
¿A que edad?
Éramos muy jovencitos cuando hicimos esta reforma, (Rodrigo tenía 25 cuando empezamos el proyecto y Carmen 26) éramos unos pardillos integrales, con 25 años en otra profesión a lo mejor eres ya una persona muy madura, pero para un arquitecto aun eres muy joven.
¿Cómo conseguisteis el encargo?
En el año 93, estábamos acabando la carrera y comenzando con los cursos de doctorado. Rodrigo entregó el 21 de diciembre el fin de carrera y nos pusimos a hacer un concurso para el PANAM al día siguiente porque se entregaba el 3 o 4 de enero, justo después de año nuevo.
En realidad hicimos dos propuestas, la de Madarcos y la de Garganta de los Montes. Estuvimos diez días haciendo el de Garganta de los Montes con unas maquetas tremendas y un montón de trabajo, con el convencimiento de que lo íbamos a ganar. El de Madarcos fue cosa de la última noche. Teníamos unos croquis y nos daba igual quedarnos sin dormir. Empezamos a las seis de la tarde y terminamos montando los croquis en el coche camino de la escuela de arquitectura donde se entregaba. Cuando nos llamaron de la escuela para decirnos que se había reunido el jurado de los concursos del PAMAM y que teníamos el primer premio pensamos que era Garganta de los Montes, pero fue Madarcos. En Garganta de los Montes ganaron Domouso y Ginés Garrido.
¿Cómo fue el proyecto?
El proyecto se fue transformando a medida que nos pidieron hacer el básico. Al principio los volúmenes estaban más relacionados, pasábamos una vigas de un edificio a otro creando un espacio cubierto para acceder a los dos edificios. La sala del ayuntamiento tenía un patio pero finalmente los dos solares eran más pequeños de lo que nos habían dicho y parte era propiedad de la iglesia y no podíamos contar con ella.
Cuando llegamos al pueblo lo que más nos gustó fueron los gallineros, las construcciones de la zona, típicas de la sierra norte de Madrid, que eran de piedra muy cerradas, sin huecos, protegiéndose del clima. En el solar había dos casitas blancas que nos sorprendieron mucho, no entendíamos que hacían esas casitas allí y nos pusimos a trabajar intentando recuperar la arquitectura tradicional de la zona, con muros de piedra.
Era un pueblo muy pequeño, el más pequeño de Madrid en cuanto a número de habitantes, y con gente muy mayor. Cuando nosotros ganamos el concurso tenía 31 habitantes y cuando acabamos la obra 22. No había niños y según iban muriendo se reducía la población. Ahora se ha repoblado un poco.
Todo ayudó en el proyecto. El alcalde que era la persona más encantadora de la tierra, nos dio toda su confianza. Nos pidió que no hubiera dos despachos, quería uno porque la secretaria estaba siempre con él. Decía que no tenía nada que ocultar y no necesitaba un sitio donde encerrarse para contar secretos ni hablar de dinero. No necesitaba puerta, quería que todo el pueblo sintiese que la puerta estaba abierta. Quería un despacho muy transparente y muy democrático. Tendrían que ser así todos los alcaldes. El arquitecto del PAMAM, Javier Méndez, también confió plenamente en nosotros como ganadores del concurso. Tenía mucha experiencia construyendo en la sierra y ayudó sin poner ninguna pega. Tuvimos mucha libertad y eso nos vino muy bien. Con una ilusión bestial nos pusimos a hacer planos, a hacer detalles, maquetas, y cuando ya teníamos el proyecto hecho empezamos la obra. Dinero no había mucho, al final se hizo por 28 millones de pesetas (300m2), baratísimo, 600€ m2 sin escatimar en materiales, incluido demolición y mobiliario.
¿Cómo fue la obra?
Tuvimos muchísima suerte con el constructor, era hijo de un constructor de la zona que había construido mucho. Tenía muchas ganas de hacerlo bien , vivía en Brahojos pero se iba a Construmat, Construtec y a Berlín a las ferias de construcción a buscar maquinaría y a ver como era la última tecnología. Era un hombre que quería aprender, que había empezado ayudando a su padre pero no se había estancado en lo que ya conocía.
Al final de la obra, cuando montamos las puertas de acero cortén, el constructor todo orgulloso nos llevó a mirar lo que había hecho. Las puertas las había montado el cerrajero y como los tornillos interiores no estaban horizontales y había visto que Mies Van Der Rohe los ponía siempre horizontales, los puso en línea durante el fin de semana, apretándolos para que quedaran perfectos. Sabía que éramos muy pesados y protestábamos porque se le había ido 3mm… casi hicimos la obra con calibre. Pero al final de la obra él medía todo en mm, era un hombre encantador.
También tuvimos mucha suerte con los oficios, fue una obra afortunada en todo. Los cerrajeros eran una familia, un padre y dos hijos, de Buitrago de Lozoya. Unos hombres gigantes que levantaban una viga de 100 kg con un brazo. Pensamos que no iban a saber hacer nada porque cuando fuimos al taller empezamos a ver rejas de balcón, puertas… No queríamos nada florido, queríamos una arquitectura muy limpia, pero lo hicieron muy bien. El único problema es que no sabían interpretar los planos, no tenían visión espacial, sólo entendían plantas o volumetrías, y tuvimos que dibujar axonometrías de todos los detalles de la construcción para que entendieran cómo se construía. Pero lo hicieron fenomenal, quedó milimétrico.
Otro que fue estupendo fue el cantero. Un señor mayor que era de los poquísimos que quedaban. Colocamos gneis enruchado que era lo tradicional, se colocan las piedras y se rellenan los huecos con ruchos, que son piedras más pequeñas, en seco, sin mortero. Las esquinas se refuerzan con piedras más grandes labradas y para eso necesitábamos un cantero. Estaba todo el día labrando piedras que le traían de cualquier forma y las dejaba cúbicas.
La estructura la calculamos nosotros. Pasamos miedo, Carmen no dormía por las noches. Aunque era muy sencilla tenía una viga con mucha piedra encima y metimos tantísimo hierro que el constructor tuvo que meter el hormigón muy fluido porque no entraba… nos pasamos del lado de la seguridad.
Las instalaciones también las calculamos nosotros pero eran muy sencillas. Son tres planos de instalaciones y van sin cálculos, no hacían falta. Lo que más nos preocupaba de las instalaciones era que no se vieran las luces, las colocamos por fuera para que coincidiera exactamente con la entrada de luz natural, para que la iluminación de noche fuera la misma que de día.
Hubo dos cosas que no queríamos haber hecho y que hicimos, la teja de la cubierta y los arriostramientos de la las cerchas de la vigas de la sala. Nosotros queríamos hacer un edificio que tuviera la cubierta de zinc. En la sala nos dejaron porque quedaba oculta pero en el otro volumen no. Nos dijeron que tenía que ser teja y buscamos una que fuera muy abstracta absolutamente horizontal. Fue lo único que nos impusieron y siempre se lo agradecimos porque después nos presentamos al concurso de cerámica y lo ganamos, fue un dinerito que nos vino fenomenal. Aunque nosotros lo habíamos calculado y sabíamos que con los tableros era suficiente, la empresa que colocó las vigas de la sala nos hizo colocar arriostramientos porque siempre hacían así.
¿Habéis vuelto?
Volvimos a la inauguración, ese día un político de la Comunidad de Madrid se apoyó en la caja de acero cortén, que aún no se había consolidado, con una gabardina blanca. Nadie se atrevió a decirle que se había manchado. Volvimos otra vez en una visita de arquitectos de Italia que lo habían visto publicado y nos pidieron que se lo enseñáramos.
La última vez fue cuando nos pusieron dos placas, a la arquitectura en edificios en pueblos de menos de 25000 habitantes y otra como premio a los oficios, que fue el gran mérito del constructor. Él fue a recogerlo a la calle Maudes y estaba muy emocionado, ese día el alcalde casi se echa a llorar.
Ya no volvimos más. Cuando fuimos a poner la placa vimos que habían puesto un perchero floreado, el cuadro del Rey y otras cosas, a nosotros nos molestaban mucho. Era un edificio muy pequeño pero muy limpio. A tu primer hijo no te gusta ver que le ponen un piercing, no te apetece que le pongan objetos. Fueron muy cuidadosos y eran muy sencillos, pero cualquier cosa te molesta.
En una ocasión visitaron la obra unos japoneses. Aparecieron unos 100 en un autobús y en el pueblo son 20. Fué un impacto para ellos, eso fue un bombazo, el alcalde enseñando a los 100 japoneses el edificio.
¿Qué hicísteis esa vez que no habéis vuelto a hacer?
No cobrar por la dirección de obra, pero no nos importaría si en un momento dado vemos que un proyecto nos importa muchísimo. Era nuestra primera obra y no importaba el sacrificio, además tenías a gente como Javier Méndez, el constructor y la gente del pueblo que te estaban apoyando todo el tiempo. Tampoco el dinero es un tema que nos preocupe en exceso, para nada, incluso en las direcciones de obra que hemos cobrado también hemos perdido dinero al final…
Otra cosa que no hemos vuelto a hacer, y que ya no se puede hacer, es un proyecto con este nivel de detalle y con sólo unos pocos planos, imposible, ahora con normativas, memorias… En una caja de unos 8 cm entró todo el proyecto, incluido presupuesto y memorias. Lo más voluminoso era la memoria de cálculo porque la hicimos nosotros. Era todo más sencillo, hicimos el presupuesto ya con ordenador pero eran mucho más sencillos que los que se hacen ahora. Con este cambio de las normativas, y no solo el cte, el arquitecto gasta mucho más tiempo en cosas inútiles, aquí podíamos gastar mucho más tiempo en mejorar el proyecto. Ahora necesitas dos metros de estantería para guardar las cajas de un proyecto.
¿Qué fue lo mejor?
Carmen: Yo recuerdo habernos sentado en la sala en la fiesta de inauguración, se había ido ya el señor con la gabardina manchada y todo el mundo, habíamos recogido y estado haciendo unas fotos y nos pusimos a mirar para arriba y pensamos, oye que lo hemos acabado, que lo hemos conseguido, que hemos conseguido lo que teníamos aquí en estos dibujos… A mi me emocionó un montón. En ese momento ya llevábamos dos años de obra y no nos habíamos dado cuenta de lo que estábamos haciendo, de repente el último día al sentarnos en las gradas y verlo, me entraron ganas de llorar porque habíamos conseguido hacerlo. Eso fue lo mejor.
Rodrigo: Para mi, habernos hecho arquitectos. Éramos unos pardillos, en la escuela no sales preparado para hacer un edificio, aprendimos lo que era de verdad la arquitectura. Aprendimos un montón, a organizarnos, a hacer las direcciones de obra, a organizar un montón de cosas. Todo lo aprendimos ahí, el 90% de lo que sabemos lo aprendimos en esa obra.
Carmen: Es verdad, aunque hayamos trabajado con otros materiales o en otros edificios que no tengan nada que ver da igual, todo esta ahí.
¿Y lo peor?
Rodrigo: A mi no se me ocurre nada malo.
Carmen: Tenemos muy buen recuerdo del edificio y encima nos lo publicaron un montón. Con 27 o 28 años que te premien y te den la mano siendo tan jovencito te entusiasma. No solo estábamos contentos con lo que habíamos conseguido sino que además otros nos decían que estaba bien. Todos tenemos nuestro ego.